Mímesis
y póiesis en la escultura de Dominique Forest.
Álvaro
Pombo, de la Real Academia Española.
¿Es
la escultura un lugar mental? ¿Es la pintura un lugar mental? ¿Es la arquitectura
un lugar mental? El lector que, al comenzar este artículo, se hace a sí mismo
estas tres preguntas responde de inmediato: "No. Ni la escultura, ni la pintura,
ni la arquitectura son lugares mentales. Porque son, sencillamente, lugares físicos
que tienen lugar en las tres dimensiones del espacio". Estamos, pues, fuera y
no dentro de la conciencia. Estamos en las afueras. Así que nada más oportuno
para examinar la obra de un escultor como Dominique Forest, que es también un
admirable dibujante, que salir afuera, salir a la calle y recorrer las cuatro
calles -Martín de los Heros, Altamirano, Tutor y el Beni Guti, una calle
polvorienta con olor a té de hierba buena del Magreb- donde tantas veces nos encontramos
a lo largo del año, con sus contenedores de basura y sus vecinos, con sus panaderías
y sus tascas recalentadas de finales de junio, con su ola de calor: entrar una
vez más de fuera a dentro, para una vez dentro permanecer fuera, en el espacio
de la intuición sensible espacio-temporal. Y conviene quizá recordar aquí -a riesgo
de resultar pelín pedantes- que para el Inmanuel Kant del Opus Postumum : Ni
el espacio ni el tiempo son cosas, sino simples modos de representación de las
cosas en el fenómeno, y en cuanto fenómeno a priori, contienen una intuición objetiva
dentro de la subjetiva. La posición de ambas conjuntamente no contiene algo dado
sino hecho (XXII, 439, Ed. F. Duque). Deseo detenerme en este asunto de que
la posición o combinación de la intuición objetiva y la subjetiva, conjuntamente,
no contiene algo dado sino algo hecho. Nos encontramos en el terreno de la fabricación,
de la construcción del mundo, pero cuando quien construye el mundo no es un demiurgo,
no es un dios, sino un hombre, una conciencia empírica, que además es un artista
como Dominique Forest, entonces la importancia de lo facturado, lo manufacturado,
lo artificiado, lo hecho, frente a lo meramente dado en bruto, es extraordinaria.
Y este es el extraordinario fenómeno, el extraordinario constructo que el espectador
va a contemplar cuando contemple la fascinante exhibición de Dominique Forest.
Pero salgamos de nuevo al exterior, es decir a la calle, de donde extrae Dominique
Forest sus materiales.Entremos en el portal sombrío de Altamirano, y llamemos
a la puerta C de la entreplanta: la puerta se abre y nos agrede repentinamente
el picoteo insonorizado de la primera obra que comentaré aquí: el mural Picos
de loro. Se trata de una obra para ver: la idea estética es visual y no es verbal:
por lo tanto, para describir Picos de loro debo limitarme a describir el
material empleado: se trata de miles de trozos de madera recuperados de contenedores
y, al decir de Dominique Forest, no pintados sino iluminados: se trata
de maderas viejas iluminadas a partir de lo que dice cada trozo de madera. ¿Y
qué diría la madera -si la madera pudiera decir algo- a la hora de estar siendo
iluminada? ¿Qué dice cada trozo de madera rescatada de los repugnantes contenedores
urbanos, acerca de su propia y más fecunda iluminación? ¿Tiene acaso la madera
luz propia? ¿Tienen las astillas de una caja de fruta o de una silla desventrada,
luz propia? Los metafísicos de la luz creyeron, allá en el siglo XII europeo,
que las cosas del mundo tenían, efectivamente, una luz propia. No es esto ciertamente
lo que Kant creía, según hemos dicho. Pero seamos resueltamente eclécticos y combinemos,
instigados por la mirada que mira las obras de Forest, a Kant y a los metafísicos
de la luz. Y no saquemos consecuencias lógicas. Simplemente, al contemplar Picos
de Loro, llevemos a cabo una yuxtaposición mental.
Entremos
en el atestado estudio de Altamirano 36. Dominique Forest nos precede, llave en
mano, por un portal umbrío hacia la puerta de la entreplanta, disculpándose por
el intenso desorden de su estudio. Y el caso es que se equivoca: es una complicada
sucesión de habitaciones y pasillos con un cierto aire de madriguera o de hormiguero,
pero mi sensibilidad no reacciona como ante un lugar desordenado y sucio, sino
al contrario: una madriguera u hormiguero extraordinariamente bien distribuido
y ordenado. Lo que sucede es que lo ordenado, lo racionalizado, lo dispuesto en
cajas de cartón y toda clase de mesas y receptáculos, es la materia o los materiales
de la invención de Forest, y estos materiales, y esta materia de sus ocurrencias,
es materia de derribo y de desecho. Lo clasificado con extraordinaria precisión
procede todo de los repugnantes contenedores del barrio: declara Dominique Forest
muy serio (es un hombre extraordinariamente serio con una admirable pinta de bohemio
parisino de otra época: más libre y menos yuppie que la nuestra) que él
elige entre los materiales de los contenedores distinguiendo lo valioso de lo
no valioso. Esto es en cierta manera muy cómico: entre los materiales valiosos
se encuentran viejas perchas de madera, pinzas de la ropa, astillas de cajas de
fruta, tiradores de puertas, molduras troceadas (que según nuestro escultor hay
que saber trocear adecuadamente)
¿Cómo
se llaman las dintintas piezas, cada una de esas 50 piezas? Arriesgada cosa es
meter a un hombre de letras en un mundo tan visual, táctil, material, como el
de Dominique Forest. Porque el hombre de letras se empeñará en nombrar, en sustancializar
mediante la titulación. Y de hecho, Dominique Forest, cediendo a una tentación
literaria, ha inventado al azar unos cuantos nombres para sus piezas: Barricada,
Picos de loro, Plaza pública, Surgido de la tierra, Las tabas, Ensamblaje, Pagoda,
Urbanización, Cristalizaciones de cuarzo... El propio escultor reconoce que,
de buen grado, hubiera imitado a los músicos que, estrictamente atenidos siempre
al significante y no al significado, denominan a sus piezas Opus I, Opus II etc.
Pero el espectador hará bien en olvidar las denominaciones una vez leídas, porque
en lugar de ayudarle en la contemplación de las piezas, los nombres interfieren
e impiden la pura visión espaciada de la idea estética escultórica.
Nos
encontramos ante un artista de la materia degradada, de la materia-madera desechada,
nos encontramos ante un artista rehabilitador. ¿Hay algo más inerte en este mundo
que un mondadientes? Más muerto aún que un palillo de dientes son 60000 palillos
de dientes higiénicos Betik. ¿Hay algo menos vivo que 5 kilómetros de palos
de madera de diversos grosores pintados de verde claro? ¿Hay algo más muerto que
un tubo de gas de cobre de tuberías de gas desechadas? Incluso decir que cualquiera
de esos objetos está muerto, supone conferirle un poquito de vida : sólo podemos
llamar muerto a algo que previamente estuvo vivo. ¿Cuándo estuvo vivo un mondadientes?
Un palillo de dientes es algo que el contemplador de esta exhibición deberá poner
ante sí antes de contemplar las complejas composiciones de Dominique Forest hechas
a partir de 120000 palillos de dientes. Recomiendo a los galeristas gaditanos
que ofrezcan junto con el programa un mondadientes y una astilla de madera, recomiendo
que instalen incluso un contenedor de obras ante la puerta. La incineradora de
Valdemingómez a las afueras de Madrid es una gran metáfora de la vida contemporánea.
Todos somos en gran medida una Valdemingómez individuada. Yo mismo he escrito
un libro de poemas titulado Protocolos para la rehabilitación del firmamento.
En gran medida la exposición de Forest podría llamarse "Protocolos para la rehabilitación
de la materia signata quantitate", usada, reusada, rehusada, y convertida
en desecho. ¿Qué es lo que Dominique Forest hace con todos esos materiales heterogeneos
de desecho? Produce estructuras vivientes. Esto es extraordinariamente importante.
Se trata de una restitución a la naturaleza de los materiales degradados, transfigurados
y ennoblecidos. Esta restitución adopta dos tipos de formas: unas son miméticas
y otras poéticas, o si se quiere: las formas de Dominique Forest son a la vez
miméticas y poéticas: por ejemplo, con astillas de madera encontradas en contenedores
y ennegrecidas con un spray aparecen dos fascinantes cristalizaciones de cuarzo:
una vertical y una horizontal. Retengamos esta imagen del cuarzo cristalizado
por un momento, o consideremos otra de las piezas, que Dominique Forest titula
ensamblajes o mosaicos de trozos de madera o fijémonos la imagen de una
urbanización en su obra Urbanización: trozitos de madera que, a vista de
pájaro hacen el efecto de una urbanización moderna, ¿Qué se propone hacer Dominique
Forest? Los lectores habrán considerado ya que estoy aplicando a la obra escultórica
de Forest la estética de Kant casi verbatim. Quiero decir, tal y como aparece
formulada expresamente en la primera parte de la Crítica del Juicio. Nada
mejor para responder a la pregunta de qué se propone Forest que considerar el
siguiente texto de la Crítica del Juicio: "La imaginación (como facultad de conocer
productiva) es muy poderosa en la creación, de otra naturaleza, sacada de la
materia que la verdadera (naturaleza) le da (la cursiva es mía). Nos entretenemos
con ella cuando la experiencia se nos hace demasiado banal". Kant continúa diciendo
que la naturaleza verdadera nos presta una materia que nosotros usamos para otra
cosa: a saber: para producir algo que supera la naturaleza: en este caso: el arte.
Me interesa subrayar que la naturaleza que Forest imita y transforma en obra de
arte es una naturaleza degradada. Esto es precisamente lo que hace de Forest
un artista estrictamente contemporáneo, no sólo postmoderno, sino superador de
la postmodernidad en la ultramodernidad, Precisamente la naturaleza que vive el
hombre del siglo XXI, no es ya la naturaleza limpia, natural (natura naturata).
Es casi imposible concebir algo parecido a la concepción de Spinoza (Deus sive
natura). El hombre ya no tiene una naturaleza limpia, una natura naturans
que se convierte en natura naturata. Estamos en el mundo sartreano de L´être
et le néant: el mundo de la viscosidad de las estructuras metaestables y ambiguas:
el mundo es el inmundo gran contenedor de lo que fuera en su día natura naturata.
El hombre es un ser yecto y abyecto, un ente absurdo. Ahora bien, el hombre es
a la vez un ente libre, una poderosa conciencia kantiana, ilustrada, un poderoso
libertador de sí mismo. Y esto es lo que un artista poderoso con Dominique Forest
hace con los materiales inmundos del mundo. No se trata -subrayo enérgicamente-
de arte pobre o de arte mínimo. El arte escultórico de Forest no es pobre ni mínimo,
aunque parta de lo pobre y de lo mínimo, aunque parta de los desechos y los detritus
del mundo inmundo. Conseguir un efecto dinámico subacuático a partir de simples
palillos, o toda una plaza pública -submarina en mi opinión- a partir de unos
palos retorcidos, o imitar estructuras fósiles mediante maderas o imitar estructuras
óseas mediante raíces surgidas de la tierra, o el juego de las tabas), todo eso
no puede lograrse más que en virtud de esas representaciones de la imaginación
que Kant denominara genialmente ideas estéticas. (Adviértase por cierto
que la serie denominada Tabas es un epítome de lo que yo he llamado aquí
la utilización estética del más humilde e insignificante de los materiales. Estoy
seguro que muchos espectadores de esta exposición
de Cádiz no sabrán lo que es una taba. La taba es el hueso astrágalo
del carnero. Da la casualidad que nosotros, de niños, allá en Castilla la Vieja,
íbamos en agosto al comedor de los agosteros -que olía a sebo y a vino peleón-
en busca de los tabas que caía bajo las mesas de madera donde los agosteros almorzaban.
Un huesecillo insignificante chupado por los labios resecos y las dentaduras cariadas
de los agosteros, se convierte ahora en algo escultórico. Como muestra bastaría
con este botón).
Consideremos por un momento vez más el concepto kantiano de genio, el Geist,
el espíritu que, en significación estética se dice del principio vivificante en
el alma. Y dice Kant: "Afirmo que ese principio no es otra cosa que la facultad
de la exposición de ideas estéticas, entendiendo por idea estética la representación
de la imaginación que provoca a pensar mucho sin que, sin embargo, pueda serle
adecuado pensamiento alguno, es decir, concepto alguno y que, por lo tanto,
ningún lenguaje expresa del todo ni puede hacer comprensible". Estamos acercándonos
quizá al principio, a esa situación nuestra de entrar en las afueras, de adentro
a afuera, para internarnos en el estudio de Dominique Forest como en un hormiguero,
como en una madriguera, como en una topera, como en un submarino -extraordinariamente
bien clasificados todos los materiales, todos los desechos de la naturaleza degradada-.
Y ya observábamos entonces que el propio escultor, seducido por la palabra, y
sobre todo tratando ser amable con nosotros, que somos hombres de letras y palabras,
nos había proporcionado, tentativamente, unos cuantos títulos para sus piezas.
He aquí que ahora, al final de este rápido estudio, siguiendo tan de cerca a Inmanuel
Kant, comprendemos por qué ninguna titulación, ninguna rotulación, os sirve. En
sus cincuenta piezas, Dominique Forest nos ha proporcionado un sistema de ideas
estéticas, un sistema de representaciones de la imaginación que hace que cada
uno de nosotros, al recorrer esta exposición nos sintamos provocados a pensar
muchísimo, y así nos hemos sentido a lo largo de estos folios y al contemplar
las esculturas. Y sin embargo no podíamos servirnos de ningún concepto determinado
porque lo que veíamos y palpábamos, la exhibición entera, trascendía todo lenguaje
conceptual concreto. Pero esto no nos sitúa en un estado de imbecilidad intelectual
-todo lo contrario-. No se trata de situarnos ante estas obras escultóricas como
imbéciles boquiabiertos (repárese que Kant ha dicho expresamente que estas representaciones
de la imaginación nos están dando mucho que pensar). Hemos pensado de hecho en
nuestro inmundo mundo del siglo XXI y en la central de Valdemingómez, por citar
sólo dos ejemplos. Estas figuras de Forest hacen sensibles, en una totalidad de
la cual no hay ejemplo en la naturaleza, por encima de las barreras de la experiencia
individual de cada uno de nosotros, las ideas de la razón, las ideas estéticas.
Y añadiré -para terminar con una cita de Kant-: "mediante una imaginación que
quiere igualar el juego de la razón en la persecución de un maximum".
Deseo
que los espectadores de esta exhibición le dediquen un amplio espacio y un largo
tiempo. No se trata de recorrer con la vista estas ideas estéticas convertidas
en esculturas poderosísimas como quien recorre un escaparate repleto de objetos
de consumo: estamos en el extremo opuesto del consumo, estamos en la recuperación
de lo consumido y gastado, en la recuperación y rehabilitación espiritual de la
naturaleza maltratada. Estamos imitando, y poéticamente creando, un nuevo cielo
y una nueva tierra. Este esfuerzo titánico es lo que representan las esculturas
de Dominique Forest.